jueves, 20 de octubre de 2022

IV. (Raúl Zurita)


Son espejismos las ciudades
no corren los trenes, nadie camina por las calles
y todo está en silencio
como si hubiera huelga general
Pero porque todo está hecho para tu olvido
y yo mismo dudo si soy muerto o viviente
tal vez ni mis brazos puedan cruzarse sobre mi pecho
acostumbrado como estaban al contorno de tu cuerpo
Pero aunque no sobrevivirán muchas cosas
y es cierto que mis ojos no serán mis ojos
ni mi carne será mi carne
y que Chile entero te está olvidando
Que se me derritan los ojos en el rostro
si yo me olvido de ti
Que se crucen los milenios y los ríos se hagan azufre
y mis lágrimas ácido quemándome la cara
si me obligan a olvidarte
Porque aún hay miles de mujeres en quien poder
alegrarse y basta un golpe de manos
para que vuelvan a poblarse las calles
no reverdecerán los pastos
ni sonarán los teléfonos ni correrán los trenes si
no te alzas tú la renacida entre los muertos
Hoy se han secado los últimos valles
y quizá ya no haya nadie
con quien poder hablar sobre la tierra
Pero aunque eso suceda
y Chile entero no sea más que una tumba
¡Despiértate tú, desmayada, y dime que me quieres!

miércoles, 8 de mayo de 2013

jueves, 11 de abril de 2013

Discurso de José Mujica, presidente de Uruguay en cumbre Río +20

Autoridades presentes de todas las latitudes y organismos. Muchas gracias. Nuestro agradecimiento al pueblo del Brasil y a su señora presidenta. Muchas gracias a la buena fe que seguramente han manifestados todos los oradores que me precedieron.
Que expresamos la íntima voluntad como gobernantes de acompañar todos los acuerdos que esta nuestra pobre humanidad pueda suscribir.
Sin embargo permítasenos hacernos algunas preguntas en voz alta. Toda la tarde se ha estado hablando del desarrollo sustentable, de sacar a inmensas masas de la pobreza, ¿que es lo que aletea en nuestras cabezas?
El modelo de desarrollo de consumo, es el actual de las sociedades ricas. Me hago esta pregunta, ¿que le pasaría a este planeta si los hindúes tuvieran la misma proporción de auto por familia que tienen los alemanes, cuanto oxigeno nos quedaría para poder respirar?
Más claro, el mundo tiene los elementos hoy materiales como para hacer posible que 7,000,  8,000 millones de personas puedan tener el mismo grado de consumo y de despilfarro  que tienen las más opulentas sociedades occidentales.
Será posible? O tendremos que darnos algún día otro tipo de discusión. Porque hemos creado una civilizaciones en la que estamos, hija del mercado, hija de la competencia, que ha deparado progreso material portentoso y explosivo.
Pero lo que fue la economía del mercado a creado sociedades del mercado.
Y nos ha deparado esta globalización, que significa mirar por todo el planeta.
Estamos gobernando la globalización o la globalización nos gobierna a nosotros. Es posible hablar de solidaridad y de que estamos todos juntos en una economía que esta basada en la competencia despiadada. Hasta donde llega nuestra fraternidad.
Nada de esto lo digo para negar la importancia de este evento, no, es por el contrario, el desafio que tenemos por delante es de una magnitud de carácter colosal y la gran crisis actual no es ecológica sino política, el hombre no gobierna hoy. La fuerza que ha desatado, sino que la fuerza que ha desatado los gobiernan al hombre.
La vida, porque no venimos al planeta para desarrollarnos en términos generales. Venimos a la vida intentando ser felices. Porque la vida es corta y se nos va y ningún bien vale como la vida y esto es elemental.
Pero si la vida se me va a escapar trabajando y trabajando para consumir un plus, y la sociedad de consumo es el motor. Porque en definitiva si se paraliza el consumo o se detiene, se detiene la economía y si se detiene la economía que es el fantasma del estancamiento para cada uno de nosotros. Pero ese hiperconsumo a su vez es el que esta agrediendo al planeta y tienen que generar ese hiperconsumo cosa que no es poco, porque hay que vender mucho. Y una lamparita eléctrica no puede durar más de mil horas prendidas, pero hay lamparitas electricas que pueden durar 100 mil, 200 mil horas, pero esas no se pueden hacer porque el problema es el mercado, porque tenemos que trabajar y tenemos que tener una civilización de uso y tire y estamos en un círculo viciosos.
Estos son problemas de carácter político que nos están diciendo la necesidad de empezar a luchar por otra cultura.
No se trata de plantearnos volver al hombre de las cavernas, ni tener algún monumento del atraso. Es que no podemos indefinidamente continuar gobernados por el mercado, sino que tengamos que gobernar al mercado, por ello digo que el problema es de carácter político.
Y en mi humilde manera de pensar. Porque nuestros viejos pensadores definían, Epicuro, Seneca y los Aymara: Pobre no es el que tiene poco, sino que verdaderamente pobre es el que necesita infinitamente mucho y desea y desea y desea más y más. Esta es la clave de carácter cultural; entonces, quiero saludar el esfuerzo y los acuerdos que se hacen. Y los voy a acompañar como gobernante, porque se que alguna de las cosas de la que estoy diciendo rechinan, pero tenemos que darnos cuenta.
La crisis del agua, la crisis de la agresión al medio ambiente. No es una causa, la causa es el modelo de civilización que hemos montado, y lo que tenemos que revisar es nuestra forma de vivir.
¿Por qué? Pertenezco a un pequeño país muy bien dotado de recursos naturales para vivir. En mi pais hay 3 millones de habitantes, un poco más, 3 millones 200, pero hay unas  13 millones de vacas que son  que son de las mejores del mundo, unas 8 o 10 millones de ovejas estupendas, mi país es exportador de comida, de lácteos, de carne, es una penillanura, casi el 90% de su territorio  es aprovechable.
Mis compañeros trabajadores lucharon mucho por las 8 horas de trabajo, ahora el que consiguiendo 6 horas, pero el que consigue 6 horas se consigue dos trabajos, por lo tanto trabaja mucho mas que antes, ¿por qué? porque tiene que pagar una cantidad de cuotas, la motito que compró, el autito que compró y paga cuotas y paga cuotas, es cuando quiera acordar es un viejo reumático como yo y se le fue la vida y uno se hace esta pregunta: ¿ese es el destino de la vida humana? Estas cosas son muy elementales, el desarrollo no puede ser en contra de la felicidad, tiene que ser a favor de la felicidad humana, a favor del amor, arriba de la tierra, de las relaciones humanas, de cuidar a los hijos, de tener amigos, de tener lo elemental, porque precisamente que eso es el tesoro más importante que tiene, cuando luchamos por el medio ambiente el primer elemento del medio ambiente se llama La Felicidad Humana.
Gracias.

lunes, 8 de abril de 2013

MODERNIDAD E IDENTIDAD EN AMÉRICA LATINA. Jorge Larraín



El tema de la modernidad en América latina está lleno de paradojas históricas. Fuimos descubiertos y colonizados en los albores de la modernidad europea y nos convertimos en el "otro" de su propia identidad, pero fuimos mantenidos deliberadamente aparte de sus principales procesos por el poder colonial.

Abrazamos con entusiasmo la modernidad ilustrada al independizarnos de España, pero más en su horizonte formal, cultural y discursivo, que en la práctica institucional política y económica, donde por mucho tiempo se mantuvieron estructuras tradicionales y/o excluyentes. Cuando por fin la modernidad política y económica empezó a implementarse en la práctica durante el siglo XX, surgieron sin embargo las dudas culturales acerca de si realmente podíamos modernizarnos adecuadamente, o de si era acertado que nos modernizáramos siguiendo los patrones europeos y norteamericanos. Se ampliaron los procesos modernizadores en la práctica pero surgió la pregunta inquietante acerca de si podíamos llevarlos a cabo en forma auténtica. De este modo podría decirse que nacimos en la época moderna sin que nos dejaran ser modernos; cuando pudimos serlo lo fuimos sólo en el discurso programático y cuando empezamos a serlo en la realidad nos surgió la duda de si esto atentaba contra nuestra identidad.

Desde principios del siglo XIX la modernidad se ha presentado en América latina como una opción alternativa a la identidad tanto por aquellos que sospechan de la modernidad ilustrada como por aquellos que la quieren a toda costa. El positivismo decimonónico, por ejemplo, quería el "orden y progreso" que la Ilustración podía darnos, y por eso se oponía fuertemente a la identidad cultural indo-ibérica prevaleciente. Su afán modernizador llegaba hasta el extremo de desconfiar de los propios elementos raciales constitutivos indígenas y negros porque supuestamente no tenían aptitudes para la civilización. Sarmiento, por ejemplo, explícitamente argumentaba que la verdadera lucha en América latina era una lucha entre civilización y barbarie. La primera estaba representada por Europa y los Estados Unidos; la segunda, resultaba de la inferioridad racial. Prado mantenía que el principal obstáculo para el progreso en América latina provenía del factor social primario: la raza. Gil Fortoul, a su vez, argüía de manera similar que algunas razas, como la europea, tenían mejores aptitudes que otras para la civilización. No debe sorprender entonces que algunas de las políticas que propugnaban para modernizar a América latina consistían en mejorar su raza mediante la inmigración de europeos blancos.

Las teorías optimistas de la modernización de los años 50 definen a América latina en transición a una modernidad cuyo modelo o paradigma es sacado de las sociedades europeas y norteamericana. El proceso de modernización se concibe como una necesidad histórica que repite el camino recorrido por las sociedades avanzadas y, aunque existen obstáculos provenientes de una cultura tradicional, a la larga es prácticamente inevitable. En muchas de las posiciones neoliberales contemporáneas en Latinoamérica está implícita la idea de que la aplicación de políticas económicas apropiadas es la condición suficiente de un desarrollo acelerado que inevitablemente nos llevará a una modernidad similar a la norteamericana o europea. De un modo similar, Claudio Véliz exalta hoy día la modernidad de tipo anglosajón que está llegando a América latina en la medida que nuestra supuesta identidad barroca, bombardeada por artefactos de consumo, ha empezado a desaparecer en los noventa.

Pero también aquellos que se oponen a la modernidad ilustrada en el siglo XX lo hacen en función de nuestra supuesta identidad de sustrato religioso, indígena o hispánico. Para los indigenistas la modernidad ha atentado contra nuestra verdadera identidad que se sitúa en las tradiciones indígenas olvidadas y oprimidas por siglos de explotación desde la conquista. Para los hispanistas nuestra identidad está en los valores cristiano-españoles que han sido olvidados por los procesos modernizadores desde la independencia. Tanto el uno como el otro proponen volver al pasado para encontrar en la matriz cultural indígena o española la esencia perdida de nuestro ser. En época más reciente Morandé, critica los intentos modernizadores en América latina porque niegan nuestra verdadera identidad. La modernización, tal como ha ocurrido en América latina, sería antitética con nuestro ser más profundo en la medida que ha buscado su último sostén en el modelo ilustrado racional europeos. La elite intelectual y dirigente de América latina ha sido incapaz de reconocer sus raíces culturales más profundas de sustrato católico y por eso ha conducido a sus países a experimentos modernizantes que, al oponerse a nuestra verdadera identidad, sólo podían fracasar.

Entre estos dos extremos están aquellos como Octavio Paz y Carlos Fuentes que, sin oponerse ni adherirse explícitamente a la modernidad ilustrada, tratan de mostrar cuán difícil ha sido el proceso de modernización latinoamericano debido al legado hispánico barroco, hasta el punto que, para Fuentes "somos un continente en búsqueda desesperada de su modernidad" y para Paz, desde principios del siglo XX estaríamos "instalados en plena pseudo-modernidad". De algún modo, nuestra identidad habría dilatado la búsqueda de modernidad o habría permitido que alcanzáramos sólo un remedo de modernidad.

Es curioso comprobar como, a pesar de las diferencias entre todos estos autores y de sus posturas favorables, neutrales u opuestas a la modernidad, en todos ellos la modernidad se concibe como un fenómeno eminentemente europeo que sólo puede entenderse a partir de la experiencia y autoconciencia europeas. Por lo tanto se supone que es totalmente ajena a América latina y sólo puede existir en esta región en conflicto con nuestra verdadera identidad. Algunos se oponen a ella por esta razón y otros la quieren imponer a pesar de esta razón, pero ambos reconocen la existencia de un conflicto que hay que resolver en favor de una u otra. Tanto la modernidad como la identidad se absolutizan como fenómenos de raíces contrapuestas.

A diferencia de estas teorías absolutistas que presentan la modernidad y la identidad en América latina como fenómenos de alguna manera mutuamente excluyentes, yo veo su continuidad e imbricación. El mismo proceso histórico de construcción de identidad, es, desde un determinado momento, un proceso de construcción de la modernidad. Desde el punto de vista de su evolución histórica la modernidad es un proceso complejo que sigue diversas rutas. Es cierto que la modernidad nace en Europa, pero Europa no monopoliza toda su trayectoria. Otras rutas son la japonesa, la norteamericana, la africana y la latinoamericana. Precisamente por ser un fenómeno globalizante, la modernidad es activa y no pasivamente incorporada, adaptada y recontextualizada en América latina en la totalidad de sus dimensiones institucionales. Que en estos mismos procesos e instituciones hay diferencias importantes con Europa, no cabe duda. América latina tiene una manera específica de estar en la modernidad. Por eso nuestra modernidad no es exactamente la misma modernidad europea; es una mezcla, es híbrida, es fruto de un proceso de mediación que tiene su propia trayectoria; no es ni puramente endógena ni puramente impuesta; algunos la han llamado subordinada o periférica.

Su primera fase durante el siglo XIX podría denominarse, con un cierto grado de contradicción, oligárquica, por su carácter restringido. Dos rasgos de esta etapa vale la pena destacar. Primero, en esta fase se adoptan ideas liberales, se expande una educación laica, se construye un estado republicano y se introducen formas democráticas de gobierno, pero todo esto con extraordinarias restricciones de hecho a la participación amplia del pueblo. Segundo, a diferencia de la trayectoria europea, la industrialización se pospone y se sustituye por un sistema exportador de materias primas que mantiene el atraso de los sectores productivos.

De este modo, la modernidad latinoamericana durante el siglo XIX fue más política y cultural que económica y, en general, bastante restringida. Con todo, y a pesar de sus limitaciones, las modernizaciones logradas van de la mano con la reconstitución de una identidad cultural en que los valores de la libertad, de la democracia, de la igualdad racial, de la ciencia y de una educación laica y abierta experimentan un avance considerable con respecto a los valores prevalecientes en la colonia. No se trata de que los nuevos valores y prácticas ilustradas hayan desplazado totalmente al polo cultural indo-ibérico, pero sí lo modificaron y readecuaron en forma importante.

La segunda fase durante la primera mitad del siglo XX coincide históricamente con la primera crisis de la modernidad europea y de alguna manera la refleja, sólo que en América latina las consecuencias son específicas: el poder oligárquico empieza a derrumbarse, la llamada "cuestión social" se hace urgente, vienen regímenes de carácter populista que incorporan a las clases medias al gobierno y se inician procesos de industrialización sustitutiva. Esta etapa de crisis y cambio en América latina va acompañada en sus comienzos del surgimiento de una conciencia anti-imperialista, de una valorización del mestizaje, de una conciencia indigenista acerca de la discriminación de los indios y de una creciente conciencia social sobre los problemas de la clase obrera.

Más tarde y en el contexto de la gran depresión, esta época difícil parece promover discursos y ensayos de carácter bastante pesimista que acentúan los rasgos negativos de nuestra identidad o sueñan con rescatar los rasgos hispánicos de nuestro carácter. De este período son, por ejemplo, las tesis de Martínez Estrada acerca del resentimiento de los latinoamericanos; las proposiciones de Alcides Arguedas sobre la duplicidad del carácter boliviano y las ideas de Octavio Paz acerca de la personalidad doble y resentida de los mexicanos. Se ve así como una etapa de cambios económicos y políticos importantes va acompañada también de nuevas formas de conciencia social y de una búsqueda identitaria que ensaya varios caminos pero que en todo caso ha abandonado las certezas decimonónicas y que, en algunos casos significativos, intenta afirmar una identidad latinoamericana contra la modernidad. Sin embargo, la línea gruesa pro-moderna de apertura política, derechos sociales e industrialización es en la práctica el eje en torno al cual giran los grandes debates y los procesos identitarios básicos.

La tercera fase desde fines de la Segunda Guerra Mundial, consolida democracias de participación más amplia e importantes procesos de modernización de la base socioeconómica latinoamericana. Entre ellos destaca la industrialización, la ampliación del consumo y del empleo, la urbanización creciente y la expansión de la educación.

Aún con sus deficiencias y problemas, el avance de la modernidad en la postguerra es notable y muestra la continua importancia cultural de las ideas racionalistas y desarrollistas europeas y norteamericanas. Es en esta época que se consolida en América latina una conciencia general sobre la necesidad del desarrollo. Sea en el pensamiento de la sociología de la modernización de origen norteamericano, sea en el pensamiento contestatario autóctono que desarrollaron la teoría de la dependencia y algunos intentos socialistas, o sea en el más reciente neoliberalismo, la premisa básica continúa siendo el desarrollo y la modernización como único medio para superar la pobreza. Sin embargo en todas estas posiciones subsiste la tendencia a pensar la modernidad como algo esencialmente europeo o norteamericano que América latina debe adquirir. La importancia cultural de este hecho y su impacto sobre los procesos de construcción de identidad no deben ser subestimados.

A fines de los sesenta se entra en una nueva etapa de crisis que coincide con la segunda crisis de la modernidad europea: se estanca el proceso de industrialización y desarrollo, viene agitación social y laboral, y se cae en dictaduras militares, los que demuestran la precariedad de las instituciones políticas modernas latinoamericanas en comparación con las europeas. Esta segunda crisis de la modernidad en parte explica y coincide con una crisis de identidad bastante profunda que está, una vez más, marcada por el pesimismo y las dudas acerca de si el camino de la modernidad que se ha seguido ha sido errado. Surgen así en los ochenta neo-indigenismos, concepciones religiosas de la identidad latinoamericana e incluso formas de postmodernismo, todos los cuales son profundamente críticos de la modernidad. Sin embargo, por más serios que son estos ataques a la modernidad, el proyecto de avanzar rápidamente en la senda de la modernidad continua imponiéndose y ahora con un sesgo más radical influido por el neoliberalismo.

De esta trayectoria específica surgen algunos rasgos importantes y peculiares de nuestra modernidad actual que marcan diferencias con la modernidad europea. El primer rasgo al que quiero referirme es el clientelismo o personalismo político y cultural. La incorporación y reclutamiento de nuevos miembros del Estado, las universidades y los medios de comunicación se continúa haciendo a través de redes clientelísticas o personalistas de amigos y partidarios. No existen o están muy poco desarrollados los procesos del concurso público, lo que muestra tanto la ausencia de canales modernos de movilidad social como la estrechez y alta competitividad de los medios culturales y políticos.

Un segundo rasgo podría denominarse tradicionalismo ideológico, que consiste en que los grupos dirigentes aceptan y promueven los cambios necesarios para el desarrollo en la esfera económica, pero rechazan los cambios implicados o requeridos por tal transformación en otras esferas. Por ejemplo, ciertos grupos dirigentes abogan por la total libertad en la esfera económica pero apelan a valores morales tradicionales de respeto a la autoridad y al orden, de defensa de la familia y la tradición, alimentando dudas sobre la democracia y oponiéndose, por ejemplo, a leyes de divorcio o a la despenalización del adulterio para la mujer.

Un tercer rasgo importante que ha subsistido desde la Colonia, a veces en forma más o menos atenuada, a veces en forma más o menos exacerbada, es el autoritarismo. Esta es una tendencia o modo de actuar que persiste en la acción política, en la administración de las organizaciones públicas y privadas, en la vida familiar y, en general, en nuestra cultura, que le concede una extraordinaria importancia al rol de la autoridad y al respeto por la autoridad. Su origen está claramente relacionado con los tres siglos de vida colonial en que se constituyó un fuerte polo cultural indo-ibérico que acentuaba el monopolio religioso y el autoritarismo político.

Otro rasgo importante es el racismo encubierto. La existencia de racismo en América latina está bien documentada aunque es un área relativamente descuidada de las ciencias sociales y generalmente no se percibe como un problema social importante. Es claro, sin embargo que desde muy temprano ha habido en América latina una valorización exagerada de la "blancura" y una visión negativa de los indios y negros. Es sabido que varios gobiernos intentaron "mejorar la raza" mediante políticas de "blanqueo" que favorecían la inmigración de europeos. Existe también una segregación espacial mediante la cual las regiones indígenas son las más pobres y abandonadas y los barrios pobres de las ciudades contienen una mayor proporción de gente de piel más oscura, sean indios, mestizos, mulatos o negros. Un rasgo significativo que nos diferencia de otras modernidades es la falta de autonomía y desarrollo de la sociedad civil. En América latina la sociedad civil (esfera privada de los individuos, clases, y organizaciones regidas por la ley civil) es débil, insuficientemente desarrollada y muy dependiente de los dictados del Estado y la política. Esta es una de las consecuencias de la inexistencia de clases burguesas fuertes y autónomas que hayan desarrollado la economía y la cultura con independencia del apoyo estatal y de la política.

La marginalidad y la economía informal constituyen otro rasgo típico de nuestra modernidad. A pesar de los procesos de crecimiento económico bastante dinámicos en los noventa, subsiste una marginalidad económica y social en grandes sectores de la población latinoamericana. Un rasgo actual de la modernidad latinoamericana de mucha importancia es la vuelta a una estrategia de desarrollo extravertido, o basado en las exportaciones (export-led), después de años de seguir una estrategia proteccionista para lograr un desarrollo industrial. Pero esta estrategia, no tiene los mismos resultados en toda América latina. Aparte de Brasil y México que logran tasas significativas de exportaciones industriales, el resto de América latina pareciera seguir un modelo extravertido de desarrollo que difiere de las estrategias asiáticas y europeas, por su especialización en la exportación de productos naturales semi-elaborados. Otro rasgo importante es la fragilidad de la institucionalidad política de los países latinoamericanos. La ola de dictaduras militares que empieza en los sesenta y cubre los setenta y parte de los ochenta no respetó ni aun aquellos países que, como Chile, tenían fama de estabilidad institucional. Es cierto que hoy se vive un período de vuelta a la democracia pero los síntomas de la debilidad institucional permanecen muy evidentes en toda América latina y con especial fuerza en Argentina, Venezuela, Colombia, Perú y casi toda América Central.

Es importante mencionar como rasgo relativamente reciente de la modernidad, especialmente la chilena, la despolitización relativa de la sociedad. Las dictaduras militares buscaron una despolitización de la sociedad, eliminando elecciones, aboliendo partidos políticos y cerrando parlamentos. Su política de exclusiones y violaciones de los derechos humanos, sin embargo obtuvo a la larga el resultado opuesto; la sociedad se politizó más intensamente y en un sentido contrario a los gobiernos militares. Esto llevó a la búsqueda de grandes acuerdos y coaliciones que permitieran un retorno a la democracia. Una de las condiciones de este proceso de búsqueda de consenso democrático fue autonomizar el área económica y sacarla de los vaivenes de la discusión política diaria. De ahora en adelante el sistema económico se autorregula de acuerdo a las leyes del mercado y se introduce una política económica de consenso sobre el manejo de las grandes variables macro-económicas. Una vez autonomizado el subsistema económico, la política pierde la capacidad de observar e intervenir sobre la economía. De este modo, lo que había sido un área inmensa de desacuerdo y disputa política, queda fuera de la discusión. De aquí se puede concluir que la redemocratización en Chile, mediatizada por el proceso de autonomización de la economía, ha resultado en una considerable y significativa despolitización de la sociedad.

Por último, otro rasgo muy reciente es la revalorización de la democracia política y de los derechos humanos. Sin perjuicio de lo dicho en el punto anterior sobre la despolitización relativa de la sociedad, es obvio que una de las tendencias más poderosas que ha contribuido a ella es la revalorización de la democracia y los derechos humanos por los sectores intelectuales y las mayorías populares de América latina.

En conclusión, la modernidad latinoamericana no es inexistente, ni igual a la modernidad europea, ni inauténtica. Tiene su curso histórico propio y sus características específicas, sin perjuicio de compartir muchos rasgos generales. La trayectoria latinoamericana hacia la modernidad es simultáneamente parte importante del proceso de construcción de identidad: no se opone a una identidad ya hecha, esencial, inamovible y constituida para siempre en el pasado, ni implica la adquisición de una identidad ajena (anglosajona, por ejemplo). Tanto la modernidad como la identidad en América latina son procesos que se van construyendo históricamente y que no implican necesariamente una disyuntiva radical, aunque puedan existir tensiones entre ellos.

Quiero, finalmente tratar de responder a la pregunta acerca de por qué, si los procesos de modernización han ido entrelazados con los procesos de construcción de identidad en América latina, ha existido sin embargo una tendencia tan manifiesta a considerar la modernidad como algo externo y en oposición a la identidad. Esta pregunta es muy difícil de contestar con total seguridad y sólo podemos esbozar algunas hipótesis preliminares. El primer hecho que puede tener importancia en esta explicación es la postergación por tres siglos del comienzo de la modernidad debido al bloqueo colonial español y portugués que estableció barreras culturales que rodearon a sus dominios. Esto significó que cuando los precursores de la independencia empezaron a empaparse de las ideas modernas a través de viajes y contrabando de libros, la modernidad no podía sino presentarse como algo externo que otros habían desarrollado fuera de América latina. Esto dejó una impronta en el imaginario social que tiende a asociar modernidad con Europa o Estados Unidos, y que ha durado por mucho tiempo.

La persistencia de esta idea fue reforzada durante todo el siglo XIX y hasta los años treinta por una economía extravertida y una orientación cultural que continúa mirando hacia Europa como la fuente misma de toda cultura. Cuando empieza la crisis del régimen oligárquico y surgen pensamientos que cuestionan nuestra extraversión, la modernidad aparece una vez más como una imposición externa, esta vez con sentido negativo y contrario a nuestra identidad. Los intentos por encontrar o reafirmar una identidad propia en momentos de crisis llevaron a criticar lo ajeno, y precisamente la modernidad hasta ese momento había sido considerada un fenómeno de carácter extranjero. De allí que por acción y reacción hasta la Segunda Guerra Mundial, desde ángulos opuestos, la modernidad fue concebida como algo externo.

En los últimos cincuenta años la situación ha cambiado pero no totalmente. Varias teorías anti-imperialistas y de la dependencia han continuado poniendo en duda la viabilidad del capitalismo en Latinoamérica mientras el polo neoliberal ha luchado por una total y renovada extraversión que en último término logró imponerse. La polaridad entre modernidad e identidad ha, por lo tanto, continuado en el imaginario social mientras en la práctica nuestra identidad y modernidad continúan construyéndose estrechamente ligadas.

lunes, 1 de abril de 2013

Bienvenida

La idea de este tipo de trabajo es aprovechar esas largas horas que pasan frente a  un (su ) computador, que mientras publican imágenes en Facebook, comentan estados depresivos, emotivos, llenos de felicidad o simplemente íconos que intentan expresar algo, también puedan ejercitarse en la escritura. Esto no tiene el propósito de escribir por escribir sino, mediante este sistema, desarrollar su espíritu crítico respecto a lo que los ha antecedido (historia), lo que los rodea (presente) y lo que les depara el mañana (futuro que, claramente, ustedes construirán).
El espíritu crítico es uno de los objetivos que persigue la enseñanza de nivel medio, pero ¿Somos realmente críticos? es decir ¿Expresamos realmente todo aquello que pensamos? ¿o solo nos quedamos con pensamientos vagos que no llegan a ser conocidos ni oídos por alguien?
Parte de construir identidad es ser capaz de tomar decisiones, de elegir uno u otro camino, incluso el imaginar caminos alternativos hace de nosotros un ente distinto, un agente de cambio.
El llamado es a publicar, a expresar, a aprovechar los espacios y generar ruido. Que se sepa que tenemos opinión y que somos capaces de sacar la voz y no seguir siempre bajo los preceptos de otro u otra que nos imponen qué pensar.
Mucho éxito en esta última etapa. Nos vemos al final del camino.


Erwin Vega